Un día cualquiera se propone
organizar sus recuerdos. Coge esa caja tan especial que tiene guardada al final
del armario. Escondida. Nadie sabe de su existencia. Dentro muchos recuerdos y
un pasado algo oscuro pero con matices dorados. La mira con detenimiento, en un
principio ni si quiera había pensado en tener un “baúl de los recuerdos” todo
había empezado sin darse cuenta, guardando pequeñas cosas que no quería tirar y
eran especiales. Piensa que aquellas cosas que en un momento eran únicas y
guardaban un gran significado sentimental al final quedaban olvidadas junto con
otros muchos momentos, recuerdos, sentimientos.
Tiene miedo de abrirla, no sabe
exactamente lo que se va a encontrar dentro. Intenta recordar la última vez que
metió algo pero no consigue encontrar ese momento en su mente. Siente algo de
temor, misterio, curiosidad. Decide abrirla sin pensárselo más. Con los ojos cerrados destapa la caja. Poco a
poco los abre. Su corazón se encoge al ver el objeto. Un sobre. No necesita
abrirlo para saber lo que dice. Esa notificación la leyó tantas veces en su día
que aun ahora, se la sabe de memoria. Un recuerdo desagradable, un momento
angustioso, la oscuridad más absoluta durante meses. No quiere enfrentarse de
nuevo a esa realidad.
Decide apartar el sobre y mira
debajo. Esta vez el pecho se hincha de aire y en sus ojos aparecen unas
pequeñas lágrimas, son lágrimas de un recuerdo feliz. Un gran acontecimiento en
su vida que por nada del mundo olvidaría. Un recuerdo feliz aún vivo en su vida
y del que se siente muy orgullosa. Acaricia el objeto y cerrando los ojos
vuelve en su memoria a revivir ese momento tan especial, el inicio de una vida.
Sin poder evitarlo un recuerdo se enlaza con otro como cual fuego se propaga en
un campo seco y árido. Son recuerdos felices, angustiosos, tiernos, amargos,…
repasa ese archivo hasta que llega al presente y abre los ojos emocionada.
Detrás, una foto con un
sentimiento agridulce. Un bonito momento. La fotografía trasmite amor, cariño,
felicidad, emoción… añora esos momentos en los que era tan feliz y se sentía
tan llena de vitalidad. Se sentía segura y sabía que siempre tendría en quien
apoyarse pero la vida a veces no resulta como uno planea y esa seguridad y
confort se había desvanecido demasiado temprano. Mira la carta que ha dejado
apartada en un rincón y la pena la vuelve a embargar. Aparta la mirada y deja
la foto encima del sobre.
Sigue mirando en el interior y se
da cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, como la vida pasa ante los ojos de
uno como si este fuera un mero espectador. Ha ido sacando las cosas poco a poco
y ha repasado los mejores y peores momentos de su vida. Ha recordado momentos
que le habría gustado seguir teniéndolos olvidados y ha rememorado momentos
olvidados que no tendría que haber dejado marchar de su memoria.
Se levanta algo aturdida tras ese
repaso a su vida y se dirige hacia el espejo de la cómoda de su habitación.
Mira su reflejo. Se ve cansada, agotada. La vida le ha pasado factura. Las
arrugas de su rostro no mienten. Desde hace mucho tiempo su mirada trasmite una
pesadumbre enorme. Se trata de los nubarrones de la tristeza que ocultan la
gran vitalidad que una vez hizo brillar aquellos preciosos ojos esmeralda.