Esa mañana se sentía eufórica. Nada más despertar se había levantado de la cama de un brinco y al abrir la ventana y sentir los rayos de sol acariciando su rostro, bajó corriendo al jardín. En cuanto abrió la puerta trasera un perro gigantesco la recibió dando brincos e intentando chuparle la cara. Pero ella con gran agilidad le esquivó y se puso a correr por el inmenso jardín. Sentía la hierba fresca de la mañana bajo sus pies. El perro la sigue de cerca por lo que intenta esquivarlo girando detrás de la higuera pero resbala y cae boca bajo, riendo se da la vuelta. Es entonces cuando el perro la alcanza y comienza a lamerle la cara, ella riendo intenta apartarlo pero parece que ese sonido de felicidad lo anima más.
Al fin, tras un considerable esfuerzo consigue deshacerse de esa bestia mansa, que se sienta a su lado observándola. Ella, aun tumbada, mira hacia arriba y observa las hojas del árbol, sus formas, sus colores. Capta pequeños rayos de sol entre las ramas y algún que otro higo pequeño. Observando esas formas abstractas se pierde en sus pensamientos. Más que pensamientos son sueños, como el de aquella noche.
Sabía perfectamente que lo vivido esa noche era una simple fantasía, pero una fantasía demasiado real, casi palpable. Esa madrugada había descubierto un nuevo horizonte en su mente y en su vida. Sabía muy bien lo que debía hacer y por lo que debía luchar. Algo maravilloso comenzaba a crecer en su interior y tenía ganas de comerse el mundo. De gritar lo feliz que era y del descubrimiento que acababa de hacer. Quería gritar a los cuatro vientos ese nombre tan especial pero se conformó con incorporarse y decírselo al perro al oído. Este, al escuchar esa palabra, se puso de pie en un brinco y comenzó a correr y ladrar lleno de alegría y vitalidad. No sabía que significaba eso pero la emoción con la que se lo había trasmitido su dueña lo hacía inmensamente feliz.
Mientras observaba la reacción tan maravillosa de su amado amigo, una voz la llamo desde la casa. Se puso de pie y comenzó a perseguir a su compañero riendo y saltando de camino al hogar.
Al fin, tras un considerable esfuerzo consigue deshacerse de esa bestia mansa, que se sienta a su lado observándola. Ella, aun tumbada, mira hacia arriba y observa las hojas del árbol, sus formas, sus colores. Capta pequeños rayos de sol entre las ramas y algún que otro higo pequeño. Observando esas formas abstractas se pierde en sus pensamientos. Más que pensamientos son sueños, como el de aquella noche.
Sabía perfectamente que lo vivido esa noche era una simple fantasía, pero una fantasía demasiado real, casi palpable. Esa madrugada había descubierto un nuevo horizonte en su mente y en su vida. Sabía muy bien lo que debía hacer y por lo que debía luchar. Algo maravilloso comenzaba a crecer en su interior y tenía ganas de comerse el mundo. De gritar lo feliz que era y del descubrimiento que acababa de hacer. Quería gritar a los cuatro vientos ese nombre tan especial pero se conformó con incorporarse y decírselo al perro al oído. Este, al escuchar esa palabra, se puso de pie en un brinco y comenzó a correr y ladrar lleno de alegría y vitalidad. No sabía que significaba eso pero la emoción con la que se lo había trasmitido su dueña lo hacía inmensamente feliz.
Mientras observaba la reacción tan maravillosa de su amado amigo, una voz la llamo desde la casa. Se puso de pie y comenzó a perseguir a su compañero riendo y saltando de camino al hogar.