Amor, un sentimiento complejo. Puede traer felicidad y tristeza, desesperación y esperanza, desilusión e ilusión. Hay varios tipos de amor: amor de hermanos, amor hacia los padres, amor de amigas, amor de amigos, amor hacia los animales, amor a las cosas que más te apasionan, amor platónico, amor de pareja, amor a uno mismo.... hay mil formas de amor y de amar. Es un sentimiento muy heterogeneo y con muchas formas, en este aspecto es como la plastilina. Cada cual tiene su propia versión del amor y le da forma en función de su personalidad.
Mi vida amorosa se ha basado más en desilusiones y dolor que en felicidad e ilusión. Muchas veces me he preguntado a mi misma por qué no había avanzado la relación, si tenía algo mal o es que elegía erróneamente. Estos intentos de relación fallida causaron mucha tristeza y un sentimiento de inferioridad que yo creía justificada. Me sentía como si tuviera que mejorar algún aspecto de mi misma para que alguien me llegara a querer. Me creía poco interesante y sin cualidades destacables. Creía que no tenía nada que aportar a nadie. Grave error. Conviví con esos sentimientos durante una etapa de mi vida. Una etapa demasiado larga
Un 21 de diciembre cualquiera, todo cambió. En medio del huracán de sentimientos negativos y pensamientos oscuros en el que se había convertido mi vida pareció una tenue luz, un pequeño rayo de sol. En un principio no supe verlo, de hecho, pensaba que eran imaginaciones mías. Poco a poco ese pequeño rayo de luz se fue intensificando. Los vientos huracanados que azotaban mi alma fueron remitiendo hasta llegar a una calma absoluta. Los nubarrones con el tiempo fueron alejándose, pero no demasiado. La luz fue haciéndose cada vez más intensa y brillante. Temía estar en el ojo del huracán. Calma, demasiada calma. Incertidumbre y alegría con una pizca de desconfianza e ilusión. La mezcla perfecta.
Desde hace varios meses la luz ha vuelto a mi vida. Es una sensación muy agradable. Como la de un rayo de sol en primavera, un refresco en verano, una ráfaga de viento con hojas en otoño y ver nevar en invierno. Las nubes no han desaparecido y el viento en ocasiones sopla con fuerza. Pero tengo la seguridad de que la luz siempre volverá a mi vida, de la mano de esa persona tan especial que ha sabido quererme tal y como soy.
Un 21 de diciembre cualquiera, todo cambió. En medio del huracán de sentimientos negativos y pensamientos oscuros en el que se había convertido mi vida pareció una tenue luz, un pequeño rayo de sol. En un principio no supe verlo, de hecho, pensaba que eran imaginaciones mías. Poco a poco ese pequeño rayo de luz se fue intensificando. Los vientos huracanados que azotaban mi alma fueron remitiendo hasta llegar a una calma absoluta. Los nubarrones con el tiempo fueron alejándose, pero no demasiado. La luz fue haciéndose cada vez más intensa y brillante. Temía estar en el ojo del huracán. Calma, demasiada calma. Incertidumbre y alegría con una pizca de desconfianza e ilusión. La mezcla perfecta.
Desde hace varios meses la luz ha vuelto a mi vida. Es una sensación muy agradable. Como la de un rayo de sol en primavera, un refresco en verano, una ráfaga de viento con hojas en otoño y ver nevar en invierno. Las nubes no han desaparecido y el viento en ocasiones sopla con fuerza. Pero tengo la seguridad de que la luz siempre volverá a mi vida, de la mano de esa persona tan especial que ha sabido quererme tal y como soy.