Su único consuelo en la vida era
bailar. Bailando se olvidaba de los problemas, de sus inseguridades, de sus
sentimientos, de todo. Cuando dejaba de bailar la realidad la atrapaba haciéndola
sufrir de una manera insospechada. La soledad, las dudas, la incertidumbre, la
inseguridad, el miedo,… la embargaban por completo. No era feliz, tampoco sabía
cómo serlo. Lo único que ella conocía, que la llenaba y la hacía sumamente
feliz era bailar. Bailar y bailar. Sin parar.
Había tomado la decisión de dedicarse
en cuerpo y alma a su pasión, su felicidad. Tenía una meta y era encontrar a la
pareja de baile perfecta. Esa persona con la que hubiera una afinidad y compenetración
absolutas. Una pareja con quien no tuviera que pensar sino dejarse llevar y
disfrutar de la música.
En un principio la búsqueda comenzó
como algo esporádico, iba a salones de baile y bailaba con los hombres que se
encontraba allí. Había mejores y peores pero ninguno la llenaba. Pensaba que
esas personas eran meros aficionados, que no conocían la técnica ni se dejaban
llevar, sino que se preocupaban más en socializar. No era lo que ella buscaba.
El siguiente paso fue entrar en
una academia de baile, estaba segura de que allí encontraría a su pareja ideal.
Aprendió muchas cosas que no sabía y bailó con gente realmente talentosa pero
le faltaba algo. Tenían la técnica y disfrutaban pero faltaba esa conexión especial.
Poco a poco la paciencia dejaba paso a la ansiedad. Debía encontrar sí o sí a
su pareja ideal.
Las personas de su entorno
preocupadas le advirtieron de que se estaba excediendo en la búsqueda, incluso
osaron insinuarle que estaba algo obsesionada con el tema. Esta situación la tenía
cada vez peor. Había entrado en una profunda depresión cuya única salvación la veía
en el baile. Sus ganas de desconectar de su cruel realidad eran tan grandes que
bailaba a todas horas. Sin parar. Apenas paraba para comer o dormir. En alguna ocasión
había bailado hasta que le habían sangrado los pies.
Un buen día, harta de no encontrar
a su pareja ideal y tras varios días sin comer ni dormir en condiciones, una idea
descabellada le vino a la mente. Organizaría en el parque de la ciudad un
concurso de baile y allí estaba segura de que encontraría lo que necesitaba. Lo
necesitaba. Necesitaba bailar con su hombre ideal. Con su ideal. El adecuado. El
predestinado. Él.
Tras mucho trabajo y quebraderos
de cabeza al fin había llegado el día del concurso. Estaba dispuesta a bailar
con cada concursante. Estaba ansiosa y deseosa de escapar a su mundo. De desconectar.
La música empezaba a sonar y ella a bailar. Pareja tras pareja fue bailando. Sumiéndose
en un estado de trance al cual nunca había llegado. Hacia un rato que había cerrado
los ojos y disfrutaba del baile pero aun no cien por cien. Esa persona no había
aparecido. Bailando y bailando. Pasando de mano en mano, no encontraba lo que
buscaba. Desesperada se sumió en un baile peligroso el cual sabía que solo el
adecuado podría bailarlo.
Al fin unas manos expertas la habían
cogido y le seguía los pasos. Se sentía eufórica. Por fin había conseguido lo
que tanto ansiaba encontrar. Tras mucho tiempo de búsqueda al fin supo que se podía
dejar llevar y disfrutar solo como esa danza era capaz de hacer sentir. Era una
danza especial y muy peligrosa. La conocía pero sin comprender muy bien sus riesgos. Ensimismada
como estaba con el baile no se dio cuenta que estaba bailando con la muerte. En
su incesante búsqueda de la pareja y el baile perfecto no se percató de que había
iniciado un baile eterno. El baile de la muerte.