Es invierno. Camina despacio por
una avenida ancha y oscura. El viento sopla racheado, helado. La música acompaña,
demasiado alta quizás. Quiere tapar sus oscuros pensamientos. Intenta tener la
mente ocupada e ignorar la llamada desesperada del corazón. Avanza. Lentamente.
Reflexionando sobre su camino. Siente la tentación de mirar atrás pero no. El
camino esta recorrido. Mirar atrás… un error. No. No quiere cometer más
errores.
Sigue caminando. Un grupo de
gente en frente. Ralentiza el paso y los mira directamente. Él. Ella. Nosotros.
Ellos. Miradas cruzadas y ausentes. Sigue adelante. Más despacio aun. Piensa
que incluso una tortuga podría adelantarle. Arrastra los pies. Pobres zapatos.
Reflexiona. Las cosas cambian,
demasiado a veces. Lo que antes gustaba
ahora no. Lo que no hacia demasiada gracia ahora gusta. Lo buscado no
encontrado y encontrado no buscado. Decisiones, acertadas o no tanto. Felicidad
y tristeza. Orgullo y frustración. Caminar y detenerse, pero no demasiado. Paso
a paso se hace el camino, dicen. Adelante siempre, avanzar. Al ritmo que
marque la mente y el corazón. Uno pesa demasiado. Muchas cargas, recuerdos,
cicatrices. No. No es el corazón.
La mente. Extraño ser. Habita en
el interior pero muchas veces es desconocida. Traiciona y anima. A veces
querida, otras odiada. En ocasiones enferma. Diferente. Incomoda. Chispea. Debe
darse prisa. Acelera el paso. Llega a un portal y se resguarda. Cambia de canción,
demasiado alegre. Se apoya contra la pared y mira las gotas caer. Una a una
mojan la calle. La gente corre. Llueve mucho. Es el momento. Bajo la lluvia
torrencial y con una mente solitaria y traicionera se pierde entre las frías y vacías
calles de la ciudad.
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