Se sentía exhausta, los
acontecimientos de los últimos días habían hecho que se sintiera física y
emocionalmente cansada. Agotada. La cabeza le daba vueltas y su estómago se
negaba a digerir alimento alguno. La historia se volvía a repetir y no se
sentía con fuerzas para afrontarla de nuevo. Intentaba distraerse para no
pensar demasiado en ello pero en la soledad de su habitación las lágrimas
corrían pos sus mejillas sin poder controlarlo. Intentaba hablar con gente para no sentirse tan sola y así conseguir animarse un
poco. Entre lágrima y lágrima aparecía un amago de sonrisa ante los intentos de
sus amigos de animarla pero no era suficiente.
Incertidumbre, esperanza,
desesperanza, pensamientos positivos y negativos, dolor, ilusión, fuerza y
debilidad, frustración,… sus emociones eran una montaña rusa. En su interior la
oscuridad luchaba contra la luz y los recuerdos con los nuevos proyectos. Su
mente le decía que olvidara y su corazón que esperara. Su sonrisa daba
esperanza y las lágrimas la borraban. La única solución para todo ello era
dormir. Durmiendo no sentiría nada pero aun en sueños lloraba.
Lloraba por ella misma, el dolor
era soportable pero la principal razón de sus lágrimas era su propia persona.
La gente que la conocía decía que era una persona maravillosa, buena y una gran
persona pero eso no la reconfortaba. Ella sentía que siempre daba lo mejor de
ella a la gente y se esforzaba al máximo en las relaciones, ya fuera de amistad
o de pareja, y no se sentía correspondida. Se sentía vulnerable y un peón en su
propio cuento.
La lectura era su único consuelo,
la abstraía de su desdicha y la sumergía en un mundo ideal. Un mundo en el que
todo es posible y las historias acaban siempre bien y siempre había esperanza.
Donde la verdad prevalecía y los malos acababan siendo castigados. Donde el
amor vencía todos los obstáculos.
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